Martes, 30 de Abril de 2024
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Tratado de las mariposas

Tratado de las mariposas

Yaiza Martíntez
Tigres de Papel
2018

ISBN: 97-884-947898-30

Tratado de las mariposas

Reseña de Ernesto García López para Nayagua 28

 

El maestro Emilio Lledó nos enseñó que, a diferencia de Platón, los trabajos de Aristóteles suponen ante todo la construcción de una mirada. Si Platón fue el inventor del diálogo tal cual lo conocemos en nuestra tradición cultural, Aristóteles fue el hacedor del sujeto que «observa», que trata pacientemente de comprender la dimensión material del mundo. Y para ello el movimiento germinal fue el hecho de «fijarse en ese mundo», de describirlo con detalle. Dar cuenta con atenta y minuciosa microscopía de todas las señales físicas y morales constitutivas de la realidad. No es casual que de la ingente trayectoria del polímata macedonio los tratados de historia natural (entre los cuales encontramos pasajes tan memorables como aquella célebre descripción del bogavante), tuvieran un peso específico y significativo. La zoología y la botánica modernas son aún hoy deudoras de Aristóteles. Pero uno de sus atributos más importantes fue la condición de continuidad transdisciplinar dentro de su arquitectura filosófica. Muy lejos quedaban aún los tiempos de la parcelación y la especialización del conocimiento. Estética, política, ética, poética, filosofía, física eran derivas coexistentes en el interior de todo ejercicio intelectual.

Siglos más tarde, volveremos a encontrar en Lucrecio esa suerte de «obra impura», de «épica científica» (como llegó a calificarla Agustín García Calvo), capaz de mostrar una «exposición cerrada y completa de un sistema científico, una Física total». Y esta vez introduciendo una innovación revolucionaria, el anudamiento de los materiales lingüísticos (la poesía) a la voluntad filosófica y especulativa de conocimiento. De hecho, como nos recordara también el propio García Calvo, en el origen mismo de la literatura occidental se pueden hallar dos corrientes distintas. La representada por la épica homérica, y la encarnada por los poemas hesiódicos en su variante moral (Trabajos y días) y también de genealogía física del mundo (Teogonía). 

Mi acercamiento lector al Tratado de las mariposas de Yaiza Martínez bebe de esta segunda variante hesiódico-lucreciana. Se comporta como una especie de renovada «lírica científica», un libro sobre la naturaleza de las cosas, protagonizado por la voluntad insobornable de construcción de mirada lingüística. Ahora bien, cuidado, no deberíamos reducir toda la lectura a este juego de espejos. Se hace necesario también, creo, introducir en la ecuación buena parte de las desestabilizaciones contemporáneas que la literatura, la filosofía y la ciencia han inoculado en nuestras mentalidades durante los últimos siglos. Me explicaré brevemente.

Hay muchas formas de leer un libro. Una que me interesa de forma particular suele ser dejar a un lado las querencias confortables de uno mismo (eso que vulgarmente llamamos «gustos»), y aventurarse por los territorios que el propio texto propone. Abandonarse a las corrientes subterráneas de la obra y alcanzar aquellas playas que la ventura o la casualidad le deparen a uno. Cuando empecé a leer el Tratado de las mariposas me ocurrió una cosa extraña. Yo no sé nada de «bichos». Menos aún de biología. Sin embargo, era como estar delante de un manual de zoología (incluido el Cuaderno de campo en formato blog que acompaña el libro), escrito por Lautréamont. Fue una sensación electrizante. De un lado la precisión, la tangibilidad, el rigor seco de la mirada científica, el detalle nimio y pequeño de lo observado por los ojos del entomólogo. Surgían ahí las mariposas, los nombres eruditos, un vocabulario sonoro, metálico y completamente desconocido para mí. Una naturaleza en su versión de laboratorio. Pero del otro lado, emergía con fuerza una escritura visionaria a la manera rimbaldiana, a la manera surrealista, a la manera lautreamoniana. Una escritura tentando los límites del decir, desconfiada del lenguaje de la tribu, por momentos hermética, aunque siempre evocadora, haciendo de lo natural una zona para la experimentación lingüística. Y claro, detrás de toda experimentación lingüística suele emboscarse alguna forma de desajuste moral, social y político.

 

(Reseña completa en Nayagua 28.)

 

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