mar caníbal |
«Guillermo, para mí, siempre va a tener el personaje de un cicerone: alguien que te guía por un lugar que te es ajeno, y te introduce en sus misterios. Porque eso fue cuando le conocí. Yo llegué a Bogotá, ciudad que no conocía y donde él vive desde hace años, ejerciendo como docente e investigador en el Instituto Caro y Cuervo. Por esos hilos que tienden la poesía y el pasaporte de los amigos comunes, nos encontramos. Y Guillermo desplegó lo más bello que alguien se puede encontrar cuando está en viaje: la hospitalidad, ese amor que no espera nada a cambio.
Desde esa hospitalidad, Guillermo me mostró su ciudad de acogida. Y la cuestión es que estoy segura de que nunca voy a volver a encontrar esa misma ciudad, aunque la busque. No sé cómo lo hizo, pero logró llevarme por calles que remedaban zocos de otro continente, guiándome por laberintos de ropas y discos hasta cuevas llenas de libros o de delicias, presentándome a personajes cautivadores y deteniéndose en los puntos donde tomaban cuerpo las historias. Y, sobre todo, lo hizo con ese extraño talante que permite que no se eluda la dureza, pero que se pueda habitar.
Mi primera alegría por acompañar a este libro, a este recién nacido Mar caníbal, es que lo que propone es un paseo como aquel. Y una siempre tiene ganas de un paseo como aquel, más en estos tiempos de encierros y perímetros.
Guillermo Molina Morales nació en Zaragoza en 1983; y antes de llegar a esa Bogotá que es ahora su casa, durante cuatro años vivió en Trinidad, en las Antillas. Este dato biográfico es importante, porque de aquellas islas salen estas páginas. O, más bien, porque aquellas islas son estas páginas.
Ese mar caníbal que las rodea y que da título al libro, entre otras muchas cosas se ha tragado historias. Se ha tragado voces. Porque, como de costumbre, las únicas que nos llegan son las ganadoras; o, si acaso, las de víctimas que han sido estereotipadas de tal modo que ya no somos capaces de reconocer lo vivo en ellas. Para empezar a restaurar eso vivo, una de las principales preguntas que lanza este poemario es quién cuenta las historias, qué pasaporte hace falta para poder escribir cartas que lleguen a su destino.
Porque a veces “no nos separa la historia / sino la historia que tú estás contando”. Por eso este poeta es un ladrón que por las noches roba las historias que se hubieran querido contar, las historias que se hubieran querido ocultar, las historias que se cuentan antes de llorar. Y luego dice que, aún con todo ese botín, faltan muchas historias más. Tal vez porque “en el encuadre se define el afuera” y “el objetivo apunta al que sonríe”.
Para buscar esas historias que faltan, la voz de este libro repasa cómo se trazan los árboles genealógicos: desde un ancestro hasta nosotras, pero también desde una mansión hasta un apartamento de alquiler, o desde un barco bananero hasta un crucero (“el edificio más grande de las islas es el barco”, entonces y ahora). Trae nombres que no conocemos como el de Marcus Garvey, que vende asientos o alquila vidas; o el del emperador Jacques I de Haití, “cuya diferencia con Bonaparte consiste en ser negro”. Trae también este oleaje pistas de nombres que tal vez seguiremos sin conocer, pero que nos hablan; que en este libro, al menos, son voces.
Pero cuidado: este no es un relato para compensar vacíos, señalar buenos y malos y dejarnos tranquilos. Nada más lejos. De hecho, lo que nos dice es sobre todo que si toda frontera es mentira, toda frontera es mentira. Porque somos muchas las que estamos muy cansadas ya de quienes insisten en que “lo malo es diferente de lo bueno / los malos son diferentes de los buenos” mientras al fondo suena el himno nacional. Sabemos que las cosas son más complicadas casi siempre.
Algo que visto de lejos es la historia, visto de cerca son las vidas. Y las vidas tienen muchos problemas, y muchas preguntas, sobre todo porque en ellas varias cosas suelen ser verdad a la vez. Ni siquiera nos podemos fiar de nuestras propias palabras, porque la lengua en la que hablan “quizás fuera la lengua de los ancestros / quizás la lengua de quienes vendieron a los ancestros”. Así que siempre estamos “construyendo las ruinas con los planos del enemigo”.
Eso es justo lo que nos recuerda Mar caníbal: que la historia no se trama con categorías claras, y que hay ricos y pobres entre los vencedores y entre los vencidos, y que hay vencedores y vencidos entre los ricos y entre los pobres. Y hay mujeres. Y hay negros. Y hay islas devastadas. Y hay ancestros nuestros que ni siquiera sabían que estaban siendo parte de un expolio, y ancestros de otros que sí que lo sabían. “Todas las historias son las verdaderas. / Ninguna historia tiene un final”, nos dice este libro. La poética de Guillermo —la política de Guillermo, diría quizá también—, lo que arroja a la orilla su mar caníbal es el regalo de la complejidad: “No se trata de la verdad / es solamente / bordear un centro de agua”.
Nos lo anuncia desde el principio, con una cita de Édouard Glissant que nos invita a prestar atención a la textura de la trama y no a la naturaleza de los componentes. El pan son migas y el mar son gotas y la historia está hecha de encrucijadas. Y es como si este poeta se hubiera ido parando en las encrucijadas de la historia, de las historias, con una grabadora; y ahora nos trajera lo que registró. Una especie de polifonía, de coro involuntario, en el que se mezclan monólogos interiores y oleajes y subrayados de enciclopedias y caimanes y llantos y sirenas de buque y el runrún de la maquila y el tictac del reloj de un indiano que heredó alguien que hoy trabaja vendiendo frito pollo.
Tomar la voz es tomar voces, acoger las multitudes que contiene quien sepa escuchar. Ese ser cualquiera que no es suplantar sino transmitir: ser barrio, ser isla, ser conversación. Y ser, así, otro mapa posible de un territorio que demasiado a menudo nos han contado con postales, para que no “confundamos el canto con la jaula”.
Este es el tercer libro de Guillermo Molina Morales. Antes ha publicado Estado de emergencia (Hiperión, 2013) y Epilírica (Hiperión, 2008), con los que ganó, respectivamente, el IX Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez y el XI Premio Internacional de Poesía Joven Antonio Carvajal. De ese camino yo quiero destacar algo que Guillermo a conseguido, que es eso que llaman “tener una voz”. Aunque yo quizá lo llamaría “hacer lo que te da la gana”. La poesía de Guillermo es libre, y juega, y es audaz, y produce esa fascinación que provoca leer a alguien que ha escrito (o pintado, o cantado, o lo que sea) algo que jamás se le habría podido ocurrir a una. Una conexión tan personal, tan propia, que no podría haber llegado de otra mano. Y, por tanto, una puerta abierta a un mundo nuevo.
En este caso, esa voz personal tiene mucho que ver con algo que os quiero confesar, que es que leyendo este libro me he reído muchísimo. No sin dolor, no sin pena, pero me he reído muchísimo. Y me parece que a lo mejor esa es la manera, también, de entender algo. Al fin y al cabo “hubo dolor en el camino / tenemos el miedo”. Y, por eso, por ese dolor y ese miedo, alguien nos tiene que ayudar a cruzar el puente, si es que queremos hacerlo.
Quiero terminar esta presentación con una pequeña confesión, una última reflexión. Cuando me enteré de que este año le habían dado el premio a Guillermo Molina Morales, no pude evitar mandarle a Julieta Valero, directora de la Fundación y del jurado, un mensaje impulsivo diciendo que me alegraba mucho, aún sin haber leído el libro, porque Guillermo me parecía una persona especial, con quien seguro que ocurrían cosas especiales también. Los espacios donde se hacen las cosas bien propician encuentros y propician magias. Suman, hacen encontrarse. Y ahora que ya sí he leído el libro, corroboro que en efecto está pasando. Veréis.
Este premio Margarita Hierro que celebramos hoy se está convirtiendo, tras cuatro ediciones, en un referente por su finura, por sus aciertos y por sus sorpresas. Mar caníbal viene sin duda a corroborar esa senda. Pero es que además nos trae el augurio de que sigue. Una primera magia es ya el hilo de agua que se tiende entre este libro y el que recibió este mismo premio el año pasado, las Crónicas de I., de Teresa Soto. Es como si ella hubiera llevado el barco hasta una orilla y una vez allí Guillermo le hubiera cogido el testigo para seguir tejiendo las puntadas de esa historia que esta lengua nuestra necesita contar una y otra vez, a ambos lados del océano que la trae y la lleva. Haciéndose cada vez más compleja. Llenándose de más voces. De más matices. “Es extraño pensar que íbamos a encontrarnos / y que algunas cosas saldrían bien”, dice otro verso de este poemario.
La verdad es que entrar muchas ganas de saber ya qué nos traerá a la orilla el premio el año que viene, saber por qué sendas seguirá la corriente de esta historia sin final que nos propone Mar caníbal y que deja sin duda con ganas de mucho más. Pero vamos sin prisa: de momento le damos la bienvenida a este poemario, a las voces que nos trae. “Contamos la historia del canto / Para creer que existió de una manera / Que nos ayudará a entendernos un poco mejor”».
Podéis leer más reseñas sobre mar caníbal en los siguientes enlaces:
https://www.culturamas.es/2021/06/24/mar-canibal-de-guillermo-molina-morales/
https://www.zendalibros.com/poemas-de-mar-canibal-de-guillermo-molina-morales/