Libro mediterráneo de los muertos |
VI Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro / FCPJH
«¿Qué pasaría si, en este libro, lo Mediterráneo fuera más una «costura de realidad» (que diría Simone Weil), es decir, una suerte de hondonada donde sucede una de las decisivas historicidades en marcha (llámese migraciones, control de recursos, revueltas ciudadanas, gestión de fronteras, diálogos y choques culturales)? Una especie de abismo dinámico de fricción entre varias de las placas tectónicas de la contemporaneidad, donde se litiga una parte herrumbrosa del mundo. En la diversidad ibérica, occitano-provenzal, itálica (especialmente el Mezzogiorno), adriático-balcánica, helénica, anatólica, isleña, del Levante oriental (Siria, Israel, Palestina, Líbano), magrebí, se están disputando diariamente (a cara de perro) posibilidades ónticas del ser. En definitiva, hacer una lectura de lo mediterráneo en Libro mediterráneo de los muertos tal y como planteaba el historiador Fernand Braudel, quien proyectó sobre este mar (esa «llanura líquida», tal y como lo llamaba) una concepción de sujeto histórico.
Si hiciéramos ese ejercicio, el poemario entonces metamorfosearía en una especie de voz colectiva que canta su propia «costura de realidad», su «herida ontológica». Los poemas (a modo de corifeos) serían algo así como una bajada en apnea, microscópica, hacia las diferentes cavidades de esa herida ontológica. Ya no sólo afloraría temáticamente lo muerto tan propio de las tragedias migratorias, sino también las luchas, las resistencias, los mitos, las utopías, las disputas filosóficas, espirituales, materiales, ecológicas, existenciales, que se dan en una hilatura de mundo (quizá síntesis densa de su totalidad). Ya no sólo estaríamos ante un libro que poematiza el dolor, sino que pluraliza lo real, que extiende lo real más allá de las categorías codificadas, que no teme aprehender lo real en toda su complejidad inmanente, que incorpora otras tradiciones y referencias culturales (pienso, sobre todo, en América Latina, que María Ángeles conoce bien) porque dan cuenta de otras «costuras de realidad» dialogantes entre sí. Es imposible aprehender la totalidad (como sugería María Zambrano) sin dotarse uno antes de la capacidad para lo exílico. Dejar entrar a la alteridad exige un cierto vaciamiento de sí mismo. En este sentido, el poemario podría también leerse desde esa tradición zambraniana.
Quizá por ello no basta el poema sólo (ya sea en verso o en prosa), sino que ha de ir acompañado de «notas» que, lejos de aclarar o explicar nada, siguen abriendo capas de sentido hacia nuevas zonas de heterogeneidad. Lo vemos en todos y cada uno de los 8 poemas que configuran el libro: Noventa y nueve estrellas de mar y una coda, Re es a raíz como rem a matriz, Desnudo nudo, Cocodrila & Co., Cráneo y otros trofeos, Partitura de los desplazamientos, Quizás zigurat, quizás guepardo, Pasto y piedra del pavor. Van acompañados de notas que amplifican el eco y exploran otras parcelas de lo real. Como muy bien planteaba Antonio Machado en su Juan de Mairena: «El pensamiento poético, que quiere ser creador, no realiza ecuaciones, sino diferencias esenciales, irreductibles; solo en contacto con lo otro, real o aparente, puede ser fecundo. Al pensamiento lógico o matemático, que es pensamiento homogeneizador, a última hora pensar de la nada, se opone el pensamiento poético, esencialmente heterogeneizador.» Visto desde aquí, Libro mediterráneo de los muertos se comportaría como un descarnado exponente de ese pensamiento poético machadiano, de carácter heterogeneizador, que busca dar cuenta de esa costura de realidad que llamamos Mediterráneo y que no es otra cosa que una reducción significativa del mundo que habitamos. No me dirán que, leído desde aquí, no apetece sumergirse en sus páginas.»
Ernesto García López
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