Viernes, 29 de Marzo de 2024
José Hierro: la figura del poeta.
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Canino

Canino

Andrés Navarro
Pre-Textos

ISBN: 97-884-17143-43-5

Canino

Reseña de Javier Vicedo Alós para Nayagua 29

 

A un poeta lo define fundamentalmente el lugar que este escoge para observar el mundo, la rendija a la que se asoma para registrar la respiración de las cosas. Podemos encontrar poetas que nos hablan desde una cápsula cerca de la exosfera; otros desde un recodo del mismísimo infierno; otros desde la vigilia de su yo siempre presente; otros desde la rama donde se duerme el pájaro. El caso de Andrés Navarro (Valencia, 1973) es el de aquel que instala su mirada a ras de suelo, una mirada horizontal y errabunda. Para ello, en su tercer poemario, titulado Canino, Navarro ha situado los ojos del poeta en los ojos del perro. Los versos que cierran este libro funcionan perfectamente como poética «yo / podría ser un perro entre la gente». Andrés Navarro podría serlo, sin duda. Un perro carente de bestialidad, un perro flemático que todas las mañanas sale a husmear cada esquina de la ciudad; no un perro que lucha por su porción de territorio, sino un perro que trota con parsimonia por las calles y los parterres sin dejar de olisquear un solo centímetro de contemporaneidad. No hay rabia en la mirada del poeta valenciano, no hay pugna, no hay ráfagas de instinto; hay pachorra, desapasionamiento, murmullo de cosas para las que apenas hay que enderezar un poco la oreja. Pero así, con esta estrategia de la no acción, lentamente, el mundo se va filtrando en estas páginas con bruma de sueño. El poeta mediterráneo trae hasta nosotros unas palabras del Evangelio de San Mateo: «no deis lo santo a los perros». Sabe el poeta el material con el que trata, no encontramos aquí elemento sagrado, encontramos lo que encuentra el can: un mundo de superficies y voces, de olores y sospechas. Indistintamente el perro se para a descargar «tres gotitas de ámbar» sobre la peana de un héroe nacional o sobre unas piedras cualesquiera. Nada es sagrado, o todo es sagrado. Ese binomio paradójico tan propio de la caída del concepto de autoridad. Porque autoridad aquí no hay ninguna, ni moral ni estética ni eclesiástica. «Todo esto no te parece ni bien ni mal. Tus opiniones se expresan en las cosas». ¿Qué más necesita el poeta para decir que las cosas? Su voz es la voz de las cosas, su voz misma es otra cosa, una capa más en un paisaje de infinitas capas superpuestas. Esta forma de construir un relato de lo real lo emparenta con otros poetas algo más jóvenes, como Carlos Pardo o Fruela Fernández. Desapasionamiento, fragmentación y superposición como manera de acercarse al fenómeno de lo real y a su necesidad de ser dicho. Porque aunque el poeta conozca y admita la contingencia de su discurso hecho de borrones, sabe que su gesto responde a una necesidad ingobernable.

Canino es un poemario que se apoya en buena medida en el lenguaje cinematográfico, aunque debe advertirse que no guarda conexión alguna con la celebrada película de Lanthimos. La manera casi pasiva de Navarro de registrar lo que acontece nos recuerda inevitablemente a ciertos experimentos fílmicos donde la cámara se posiciona de forma no rectora para registrar el paso del tiempo. Así se establecen diálogos voluntarios o involuntarios con películas como Smoke, de Waine Wang, donde el propietario de un estanco elabora una serie de más de 4.000 fotografías de la misma esquina en diferentes días, o el diario fílmico As I was moving ahead occasionally I saw brief glimpses of beauty, de Jonas Mekas, en el que durante cinco horas asistimos a fragmentos acumulados a lo largo de cincuenta años por el director lituano, o el premiado documental En construcción, de José Luis Guerín. Hay en Andrés Navarro una vocación por los personajes terciarios, por aquellos que están casi fuera de foco. Por este libro desfilan cajeras de supermercado, clérigos rurales, taxistas, chaperos sexagenarios, hermanas y hermanos de alguien, una niña con impermeable, un guía de museo, un loco junto a un semáforo, niños que juegan al fútbol, madres atractivas, gatos, perros, muchos perros, pulgas, lombrices, un paracaidista, un excombatiente de alguna guerra absurda, una joven en fase de autoexploración, etcétera. Exactamente todo lo que podría encontrarse un perro en su paseo matinal. ¿Se puede construir un relato sin estos personajes? ¿Hay relato sin ruido de fondo? ¿Existen más allá de las novelas, las películas y las obras de teatro los protagonistas? ¿Necesita la realidad protagonistas? ¿De qué podemos prescindir y de qué no cuando tomamos una instantánea de la ciudad o el campo? Este tipo de preguntas las traslada Andrés Navarro al proceso de escritura de Canino. Asume el autor el vagabundeo y la errancia que le son propios al perro. «Y solo hallo / la respuesta como ladrido», una cita de Carlos Martínez Rivas que el escritor valenciano hace convenientemente suya. Es su mirada una mirada hecha de retazos, de encuentros fortuitos, de saltos.

(…)

 

Reseña completa en Nayagua 29

 

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